En el 2120 la humanidad se ha vuelto una sociedad basada en la tecnología computacional. Las personas, en su mayoría, poseen implantes de más de un tipo. Los implantes más comunes son los de comunicación: ojos biónicos que poseen una interfaz conectada directamente al nervio óptico y al cerebro. Se le da así a la especie humana la facilidad de acceder a las redes del interweb mediante el uso de un avatar personalizado para comunicarse por proyecciones en tiempo real para juntas o reuniones; dejando la vida presencial obsoleta, lo de hoy era la presencia cibernética. Después de tantos años la apariencia en realidad no importa, no hay lazos físicos, mucho menos carnales.
Existe un implante obligatorio: exoesqueleto. Al igual que el ojo biónico, el implante se conecta al cerebro, solo que éste va ligado sobre toda la columna vertebral. El diseño del exoesqueleto está conformado por elementos bio-orgánicos, es decir, el implante se realiza desde el nacimiento y el aparato crece junto con su usuario. El nombre más acertado es bioexoesqueleto, crece y se desarrolla como cualquier otro órgano. ¿Qué objetivo cumple? Es la panacea que la humanidad creó, con esto se han erradicado prácticamente males como las enfermedades, excepto por las que se presentan como los virus cibernéticos, ataques de hackers, violaciones psíquicas, fantasmas digitales.
La realidad es que para sufrir uno de éstos ‘‘nuevos males’’ habría que ser un tonto, como un hacker que va aprendiendo y se ha expuesto, un ladrón, o la peor de todas: ser un Profundo. Los profundos son los que van más allá de lo conocido moviéndose a través de la dark web porque cruzan la línea de la depravación y la violentación; gente que se añade más implantes por el placer de acercarse más a la mecanización: androides con poder y conocimiento absoluto.
Provengo del año 2020, salí huyendo de lo que me rodeaba, irónicamente me causaba malestar las nuevas tecnologías y terminé en la mayor desconexión humana. Ver a la gente ensotadas frente a sus celulares cada día, en cada evento, durante cada momento de la vida. Me parecía exasperante, además de irrespetuoso e infructuoso. Después de una larga travesía me encuentro con la fortuna de un grupo dispuesto a criogenizarse todo un siglo, y tan solo pensé ‘‘bueno, quizá con el tiempo las personas vean los aparatos como herramientas y no como parte de su vida’’. Un enorme error, y ya no había vuelta atrás, mucho menos desde que nos despertaron y nos colocaron el bioexoesqueleto.
A todo el grupo se nos despertó junto, nos inyectaron muchas vacunas. Después nos realizaron una descarga de información a nuestros cerebros, explicando cómo funcionaban las cosas, o mejor dicho, instalando en nuestros cerebros los conocimientos básicos. Todo sobre la historia estaba, así como el manejo de política y leyes, la prevención de ataques cibernéticos en nuestra nueva forma de vida. Toda esa información que llevaría horas, días de leer reducidos a unos minutos de descarga cerebral.
Nos dejaron ir después de crear nuestro perfil laboral. Aquel perfil consistía en hacer una exploración sobre nuestra vida pasada, conocer a qué nos dedicábamos, para así saber a qué campo de la actualidad nos vendría mejor una retroalimentación. Estuve durante horas en el espacio cibernético, todo el tiempo acompañado con una tutora de carrera: Rhyfel. Ella designó que mis aptitudes eran perfectas para Creador de simulaciones fantásticas, y las simulaciones son formas de vivir, en otras palabras tenía que traer la fantasía a esa realidad.
Rhyfel era una alienígena. Era un ser hermoso, su piel era luminosa, iridiscente, como si vieras el brillo nocturno de una aurora boreal andar en un cuerpo. Esencialmente humanoide, podía volar fuera del ciberespacio; además de su aspecto variopinto poseía un tercer ojo, que en ocasiones flameaba y danzaba de forma hipnótica. Quedamos algunas veces, su forma de relacionarse me recordaba la clase de cosas por las que había dejado todo atrás. La cosa es que Rhyfel no tenía las mismas pasiones o sentido de permanencia con una pareja como la tenían los humanos, mejor dicho, los humanos de 2020. Para ella, todo aquello era problemático.
Así que las cosas en su momento terminaron, pero no pensaba dejarme vencer por la depresión, así que me dediqué en su totalidad al campo de trabajo que se me había asignado. Aprender el conocimiento necesario para laborar no me costó mucho tiempo, algunas descargas y habilidades desarrolladas para laborar con la tecnología nano-reconstructiva y los simuladores de espectros, y listo. Cada que lanzaba una entrega nueva sobre Vive tu propia aventura, las personas apenas y mostraban un ligero éxtasis en sus rostros, simple y sencillamente estaban bajo un consumo excesivo que entorpecía sus sentidos. La sociedad de la nueva Era vivía con espacios virtuales que decoraban como fiesta, spam por todas partes a la par de la contaminación lumínica de aquella sociedad sumisa frente a nuevas aplicaciones.
Y fue cuando me di cuenta que la nueva normalidad los mantenía pobres en otras maneras: en mente y falsas pasiones. Hay trabajos exigentes y luego el mío. Que lo haga con pasión no significa que no sea agobiante o explotador. El problema es cuando no hay quién te ponga límites, ser tu jefe puede ser lo peor. Desgastaba mi propia vida con tal de darles un momento fugaz de emoción. Algo tan humano en personas que cada vez eran más datos que una entidad física-emocional, cascarones para un pedazo de carne que vive y siente a través de simulaciones.
Debía seguir con mí día a día, pero fue cuestión de tiempo para que me cansara. En esta nueva vida uno siempre mantiene sus escudos activos, mientras los mantuvieras laborando y escaneándote frecuentemente, no tenías por qué temer. Salvo que fueras como las personas que mencioné anteriormente, no había porque temer a las supuestas nuevas amenazas. Con el pasar del tiempo sentía una amenaza frecuente.
Pensé que había algo mal en mí, así que fui inmediatamente para una revisión, los escaneos biovirtuales no me daban confianza, no me calmaban.
—¿Existe algún parásito o enfermedad de los extranjeros espaciales que desconozcamos? —pregunté.
—No. El exosqueleto implementado desde 2079 se encarga de ello. La Base de Datos del Sector Salud se mantiene en constante actualización en tiempo real. Pero, eso ya lo sabes. Los anticuerpos y las telarañas ya habrían dado alguna alerta —respondió.
La otra opción que tenía en mente era el estrés, había lidiado últimamente con mi trabajo. Así que comencé a buscar alternativas para lidiar con lo que estuviera pasándome, no podía hacer lo convencional como un deporte porque ya nadie se dedicaba a ello. Pronto supe por medio de un compañero de trabajo que se encargaba de crear simulaciones de placer, por lo que existía una manera de reemplazar la ausencia de Rhyfel. Sexo, una alternativa aún viva. Claro, que si lo decía tan cuidadosamente era porque había algo más, nueva vida, cultura diferente, tabúes andando. Para el 2120 eran los derechos robosexuales.
Había grupos radicales que pelaban y defendían a las máquinas, de lo cruel y enfermo que era ver a los robots como objetos de placer. Hasta donde yo sabía los robots eran sencillamente eso, piezas de maquinaria, herramientas. Se ponía en mesa la moralidad porque la conciencia y el libre albedrío en robots estaban a un solo paso. Sin embargo, todavía no lo poseían. Era bastante sencillo elaborar un robot para el objetivo, pero no reemplazaría con toda la programación y protocolo posible la esencia de Rhyfel.
Había una manera, después de tanto darle vueltas al asunto, una idea había surgido. Mediante una invasión a los perfiles de Rhyfel, podría adquirir todos los datos necesarios para replicar su estilo de vida, actitud, gustos, pasiones, malestares, y ¿por qué no? Corregir su sentido de permanencia. Nadie tenía qué enterarse de lo que estaría construyendo, así que cree mi propio espacio en la dark web. Aquel sitio era el drenaje del ciberespacio, tan solo al abrir tu holointerfaz lo notabas: hologramas con ruido de imagen, manchas, imágenes que tintineaban, un color verde opaco y la constante aparición de cucarachas. Tengo que agregar, que en mi situación particular, la molesta mancha que no desaparecía de la esquina inferior derecha era bastante molesta. Alimentaba en mí una especie de ansiedad.
Al cabo de unos días completé el proyecto, un robot funcional con la apariencia y actitud de Rhyfel. En cuanto terminé, me dediqué a limpiar aquel cuarto nacido de la dark web, no quería saber nada más. Incluso la mancha molesta se había ido. Disfrutaba los días con la falsa Rhyfel, me había despegado nuevamente de aquel mundo cibernético, que irónicamente era una de las creaciones venidas de ese plano la que trajeron a Rhyfel de vuelta a mí. Uno de los primeros pasos de nuestro ‘‘reencuentro’’ fue el sexo.
Apenas la había encendido, su simulación le había hecho creer que había vuelto de un largo viaje, y entonces se lanzó sobre mí. No podía creerlo, aquella replica robótica de Rhyfel era idéntica, al besar su cuello no sentía una máquina, era su cálida piel que cambiaba de tonos de color cada que la hacía sentir apasionada. Recorría con mi lengua un camino desde sus pechos hasta debajo de su mentón, ella tomaba mi rostro y lo levantaba ligeramente para besarme y morderme los labios. Conteniéndome acariciaba con la yema de los dedos sus caderas, ella sabía que aquella era señal para ponerse encima de mí, apenas levantaba su cadera para posicionarse cuando mis dedos ya recorrían sus nalgas y el largo de sus piernas. Se inclinaba para besarme, no podía contenerme y la acariciaba fervientemente, intercambiábamos alientos al menor de los separos de nuestras lenguas. Conforme besábamos presurosamente, Rhyfel se sentaba sobre mi entrepierna, se tomó un puro segundo para acomodar mi miembro dentro de ella, movía su cadera intuitivamente, sentí necesidad de buscar sus voluminosos pechos; en cuanto manoseaba sus costados y espalda, tomó mis manos, y como si quisiera que el juego avanzara, las colocó sobre sus pechos. En cuanto sentí sus pezones con la palma de la mano, pasé a utilizar los dedos para apretarlos, pero solo por un poco, porque sabía que a Rhyfel no le gustaba mucho, ella prefería sentir toda la palma de la mano agitándole los senos; y para mi gusto, la Rhyfel falsa tenía la misma reacción.
Me gustaba todo de ella, su sonrisa, sus pláticas, sus convicciones; pero en aquel momento solo pensaba en el sexo. Me acomodé poniéndome al nivel de sus pechos, lamiendo y chupando por un lado mientras que al otro manoseaba. En un momento ella me tumbó con ambas manos, sus manos estaban extendidas a los lados de mi cabeza, empezaba a empujar y dejarse caer su peso sobre mi miembro, entre gritos y jadeos a punto de culminar en el éxtasis, ambos ya nos besábamos y acariciábamos sin forma y sentido alguno, solo queríamos sentir al otro en ese desbordamiento de pasiones. Cuando me vine dentro de ella después de tanto tiempo, fue placentero, pero nada se comparó cuando ella se vino sobre mí, fue como sentir un relámpago en un pararrayos. Al menos así fue como lo imaginé. Por un breve momento, sentí que me iba de la realidad, pero fue ese mismo embelesamiento el que me trajo de vuelta.
Muy en el fondo sabía que todo aquello era falso, y mi sentido de moralidad tenía en cierta cuenta que si se descubriera las personas no me tratarían de la misma forma, pero más que las personas, era el sentimiento de sentir que profanaba la imagen de Rhyfel lo que me llevó a deshacerme del robot. ¡Pum, pam, pum! Tres movimientos de un compactador bastaron para que no hubiera más Rhyfel.
Los días pasaban y ya no quería dedicarme siquiera al trabajo, me la pasaba absorto en el ciberespacio. Llegó el día en que me quebré, fue como si mi interior hubiera gritado por ayuda, porque en ese momento se manifestó ella, era Rhyfel que había entrado por mi ventana. Fue tan extraño, había permanecido tantos días en el ciberespacio que me había olvidado cómo se miraba alguien en persona. Aunque, bueno, ver a Rhyfel no era como ver a otras personas. Aunque esa reacción fue lo de menos, en seguida vino el susto.
—Yo te había desactivado, me deshice de ti. Estoy seguro de ello —dije.
Ella no respondió, se limitaba a mostrar una sonrisa, que, a pesar de ser atractiva, causaba cierta incomodidad. Y lo vi, aquella mancha negra estaba sobre uno de los ojos de Rhyfel. Me levanté y me dirigí al baño, mientras me enjuagaba tallaba mi vista. Ahí estaba, la mancha en el espejo, sobre mi hombro, sonriendo con unos perversos pequeños dientes.
—Ahora, ¿sobre qué hablaremos? —dijo el simbionte.
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