martes, 16 de enero de 2024

Bosque de los muertos púrpura

Bosque de los muertos púrpura

Era de noche en las remotas salidas de Lucrözulia, el país de las Arenas Azules, vecino y anteriormente enemigo del oculto reino entre las Arenas de Ébano, Raust. Todo mundo sabía que ambas naciones sostuvieron una larga guerra hace más de cien años Ya no había Raust, pero no por su guerra con el país de las Arenas Azules. Mucha de su historia no se pudo rescatar, quienes podían saber eran algunos sobrevivientes, que era complicado, casi imposible encontrar, o de sus viejos enemigos los lucrözulianos.

En la oscuridad de la tormentosa noche se adentraba un grupo, de lo que parecían ser mercenarios, a una posada. Dos hombres adultos y un joven muchacho, dos de ellos retirándose de la cabeza las capuchas y sacudiéndose la tierra. El tercero prefería mantener su rostro lo más oculto posible, el posadero apenas logró percibir, bajo la luz de una de sus lámparas, que aquel hombre tenía una cicatriz que surcaba de la mejilla derecha hasta por encima de la ceja del ojo derecho.

—Hoy no vino nuestro músico, pero el raustiano siempre cuenta alguna historia bastante interesante —dijo el posadero. Dejó de fijar su mirada en el encapuchado para mirar al grupo completo, ofreciendo una sonrisa servicial—. ¿Qué puedo servirles?

Antes de responder los tres se miraron y asintieron para sí mismos. El más alto era un adulto joven totalmente pelón, no por pérdida de cabello, se había afeitado la cabeza. Mientras que el más joven irradiaba cierta energía, con sus cabellos negros puntiagudos y una pequeña colita detrás de la nuca.

—Regresaré inmediatamente con El Primer Profeta y Lea. No hagan idioteces —dijo el encapuchado, quien era el más delgado del grupo, y partió.

—Vaya amigo el suyo, debe ser muy conflictivo, ¿no? —preguntó el posadero— Mucho gusto, mi nombre es Darton.

—Adrik, un gusto. No lo juzgue mal, hombre. Si debe preocuparse de alguno debe ser de nosotros dos —el hombre pelón y corpulento sonrío, desentonando con ese aire de intimidación natural que ofrecía su apariencia—, sírvanos dos tragos.

—También necesitaremos provisiones —dijo el más joven, sonriendo coquetamente a una de las camareras mientras le tendía una pequeña lista—. Si no te importa, hacerme el favor, claro —guiñó.

—Muy bien, Golfe. Lo había olvidado, con el poco tiempo con el que contamos, Baeran se habría enfadado.

—Sí, eso de habernos perdido en estas tierras y depender solo de champiñones de tortucetas lo dejó bastante fastidiado.

La muchacha, un tanto sonrosada partió con aquella lista. Una vez servidas sus bebidas, Adrik y Golfe tomaron asiento en la mesa más cercana al raustiano. Aquel anciano sobreviviente sabía que aquel par tenían especial interés en él, así que ofreció una sonrisa amable.

—Viajeros, creo que debo sentirme halagado. No muchos vienen desde tan lejos para escuchar a un simple anciano.

—Simple no, un raustiano —respondió Adrik.

—Oh, entonces no vienen por una simple historia, ¿verdad? —el anciano arqueó una ceja.

—¿Qué sabe sobre las Malvivas? —preguntó Golfe.

El anciano carraspeó, bebió de su tarro, se aclaró la garganta, y comenzó a narrar.

Sobre el caído reino de Raust giran muchas historias, la más popular y que evita saber más sobre aquel reino perdido es El fantasma de Raust, todos la conocemos: el antiguo héroe Judai no pudo soportar caer en batalla sin antes haber salvado a su amada Megtie, y ahora su alma en pena ronda protegiendo un lugar que no existe más. Conocemos las historias de Imonec al otro lado del mundo espejo; también la aventura de Xiomara en búsqueda del ave de paraíso. Toda su gente conocía los peligros que se encontraban tanto dentro, como fuera y en los alrededores del Desierto de Ébano y las Costas Plomizas. Al sur del reino de Raust, a orillas del Desierto de Ébano, se encuentra un tétrico lugar que los lugareños llaman el Bosque de los muertos púrpura. Una zona lúgubre donde lo único que encuentras es muerte, y en raras ocasiones Malvivas purpureas en condición para ser utilizadas.

Es de buen saber que, en cuanto refiere en territorio del submundo, los más ávidos son los gnomos por su afinidad a la tierra y la piedra; luego le siguen los tharton, aquella especie de roedores; y finalmente los enanos en la primera planta de cuevas y cavernas. Si conoces algo sobre este par de razas sabes que son seres naturalmente sin miedo, con temple más duro que el hierro y un temperamento frágil, la más mínima provocación hará que te ganes un enemigo. Mucho se debe a que bajo tierra encuentras flora y fauna sumamente hostiles, cuando se trata del submundo, no existe elemento inocente. No existe cosa como la cadena alimenticia o ciclo de la naturaleza, como muchos llamamos, la balanza en el submundo es totalmente equilibrada, toda criatura, toda planta, ha sido adaptada para poder hacer frente contra cualquier ‘depredador’. Seres que pueden actuar tanto hostiles como permanecer ocultos, a la defensiva, para claro, luego saltar y alzarse victorioso con la presa del día.

Ante toda regla existe una excepción, las Malvivas púrpureas. Es lo único que se encuentra sobre todo, no hay persona, animal o planta con la capacidad de salir airoso de una infestación de Malvivas. Por suerte, para gente como tú o yo, aquella especie de planta es única por los alrededores, es fácil de distinguir si alguna vez has escuchado sobre ellas, siempre y cuando la hayas percibido a tiempo y con bastantes metros de distancia. En su etapa inicial imagina un crisantemo, con un tono que va del carmesí al vino, un vino especiado, todas unidas como plantas trepadoras que recorren el suelo, pared y techo de los pasadizos cavernosos. Si te encuentras demasiado cerca puedes percibir que algo cambia a tu alrededor, las esporas de las Malvivas crean una especie de sensación neblinosa acompañado de una humedad, cómo habrás de imaginar erróneamente no es que ganen el poco líquido de aquellos desiertos y del submundo, se trata del propio líquido, en su mayoría sangre de los desafortunados.

Por sí no he sido lo suficiente claro: las Malvivas purpureas son una especie de híbrido hongo-flor parasital, se origina en el mundo del subsuelo. Tanto para gente de arriba como para los lugareños de bajo tierra, es peligroso dar con el área donde se produce esta particular abominación. Una amenaza colmena, un grupo de parásitos que se mueve como esporas en la oscuridad del submundo, invade tu cuerpo mientras exploras o vas de paso. Si ves muerte es mejor que te alejes pronto; no, no son carroñeros, pero los cuerpos muertos son buen lugar para procrear y mantenerse vivos un periodo de tiempo hasta que algún despistado se cruce en el camino.

 Es un bicho que irá atrofiando tus sentidos y te mantendrá confundido a la par que se reproduce y los síntomas empeoran hasta que es demasiado tarde y tu cerebro cede a la parálisis. Comienzas con una ligera tos, siempre inician con los pulmones, en tu ingenuidad pensarás que quizá se deba a aquella extraña aura de humedad que habrás pasado varios metros atrás; luego mientras crecen y se pasean aquellas pequeñas semillitas se asentarán en los huesos, pero no dolerá porque estarás concentrado en la comezón y rasparás tus uñas contra tu piel con una ansiedad terrible. Seguro con las uñas abrirás tu piel y verás que tu sangre no gotea como es debido. La sed aumentará y tu cuerpo rechazará hasta el mínimo sorbo, ellos ya tienen lo necesario y no necesitan otra cosa. Jadearás y un líquido pastoso goteará como moquera de tu nariz, es tu sangre en plena morfosis acompañado de unos ojos cubiertos de pequeños puntitos purpuras y carmesíes, el escozor sobre tus glóbulos será como si te punzaran con alfileres helados. Te conviertes en un recipiente, eres manipulado lentamente, como un zombi que tarda días en dar un paso y mover extremidades: eres un cascarón andante. Algunos llevan heridas letales, muchos al percibir los primeros síntomas terminan suicidándose para ahorrarse las penas de sufrir.

En los laberintos oscuros del submundo el parásito vaga dentro de su huésped, una larga y enorme trayectoria, sondeando por dónde no ha explorado, en ocasiones bajan tanto que  al momento de florecer no alcanzan a cumplir su cometido y se quedan inertes, cuerpos mutilados cubiertos por enredaderas de flores de tono purpureo como vino. Pero no mueren, no. Son una plaga, reside una nueva generación en modo de incubación y de la florecilla, cada tanto, escupen y escupen lo que alguna vez fue sangre hasta que climatizan una especie de micro atmósfera con esa horrible humedad. Así, cada ciclo brotan esporas cargadas de Malvivas.

Eso en el caso de las que se pierden. No es hasta que se encuentra a punto de florecer cuando comienza a andar en búsqueda del exterior por los túneles que se encuentran más allá del Este del perdido reino de Raust, se acrecienta una necesidad de subir en lugar de bajar, cualquier pista como ráfagas de aire, mayor humedad, y con el tiempo atisbos de luz, orientan a estos parásitos la dirección del exterior. Los cuerpos infestados muestran mayor movimiento casi como si quisiera cumplir el último anhelo de un cuerpo extinto hace décadas; tristemente muchos no llegan y solo revientan los cuerpos por las esporas, adornando de este fiero espécimen los túneles en penumbra.

Los cuerpos que llegan a salir casi siempre tienen las extremidades apuntando al cielo, como si recibieran con gusto los rayos del sol, y así termina de brotar una Malviva purpurea. Debe recibir algunos rayos de luz  solar, luego, un único pimpollo, casi siempre ubicado en alguno de los dedos, los ojos, orejas o nariz, brota como cualquier otra flor hermosa. Ya no es aquella serie de enredaderas con un montón de hojas delgadas como de crisantemos que mudan de pétalo dejando alfombras; todo aquello era la facha en que se movía la flor-hongo parásito. Pasa a convertirse en una florecilla de pétalos largos, Debajo de la Malviva purpurea, ya florecida, comienza a afectar lo que se encuentre cerca, lo que fueron los pétalos viejos, aquellas alfombras de un fúnebre morado, infestan con una especie de oídio azulado a plantas cercanas. Las plantas infestadas del oídio azul pareciese que se quemaran lentamente, aturrándose hasta secarse y deshacerse.

Pareciese que el oídio azul es una contramedida para no sacar provecho de tan terrorífica especie, pues este mismo con el tiempo infectará y buscará deshacerse de la Malviva purpurea. Claro que, el oídio azul en mucho de los casos no podrá lograrlo, se trata de un hongo común y no una mezcla abrasiva de hongo, planta y parásito. Rara vez te vas a encontrar con el rastro azul. Es por ello que el precio de la Malviva es altísimo. Aunque no fuese por el oídio, la florecilla es bastante delicada, bastan unos días bajo la luz del día o las frías noches para que se marchite.

Las brujas, chamanes y necromantes en ocasiones se aventuran a buscar una Malviva, es difícil contratar a alguien porque rara vez se encargan de intentar siquiera hacer el cumplido. Entre más "fresca", mejor. Bien tratada se usa para preparar un brebaje para levantar a los muertos, un efecto temporal además de que el cuerpo del fallecido debe cumplir varias condiciones. Se rumora que existe una bruja que ha potenciado el brebaje y puede superar el límite de tiempo que trae al resucitado, pero esa es historia para otra ocasión.

El anciano raustero se acicaló el cuerpo, dio un largo sorbo a su húmedo y frío tarro de cerveza, dejando un último trago, y se secó las manos con un par de palmadas sobre el pantalón.

—¿Y bien, qué les pareció? —Preguntó el anciano.

El fornido mercenario se encontraba absorto en sus pensamientos, por el contrario su joven acompañante se mostraba un tanto boquiabierto.

—Aquel hombre que ayudamos camino acá, ¿su niña no había mencionado que sus ojos picaban? Se tallaba tanto que no se podían ver sus ojos. —Preguntó el joven acompañante— ¿No es así, Adrik?

El anciano le dedicaba una mirada de intriga al corpulento hombre que no decía absolutamente nada.

—Demonios, Golfe. Cualquiera podría tener un escozor en los ojos. Algo de tierra sobre los ojos, fiebre, quizás se raspó y la niña era demasiado llorona —respondió el mercenario. El tono de su voz intentaba disimular cierta alarma.

De repente, la puerta se abrió de golpe, de esta ingresaban tres figuras, una familiar para el posadero y el raustiano, era Baeran, aquel hombre de la cicatriz. Uno era un hombre alto, casi a la altura de Adrik, también con cabeza afeitada pero con una frondosa barba oscura, su piel quemada por el sol. Se le conocía como El Primer Profeta. La segunda era una pequeña gnomo, con pecas en las mejillas y cabellos verdes claros. En el rostro de la diminuta mujer había consternación. Lea, una druida con amplio conocimiento en plantas y animales. El Primer Profeta dio un paso al frente y pronunció: todo aquel que haya tenido contacto, o en presencia con la familia Monrat, debe venir con nosotros.

—Chicos, tenemos una situación —dijo Lea con un miedo ahogado en su voz. Sosteniendo entre sus dedos índice y pulgar una Malviva purpurea.

 


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